Oscar
Arias Sánchez
Ex Presidente de la República de Costa Rica
Premio Nobel de la Paz 1987
San José, 13 de febrero de 2014
Ex Presidente de la República de Costa Rica
Premio Nobel de la Paz 1987
San José, 13 de febrero de 2014
Quiero
sumar mi voz a un coro de preocupación que recorre buena parte de nuestra
América. Miles de estudiantes y opositores al gobierno del Presidente Nicolás
Maduro en Venezuela fueron brutalmente atacados con armas de fuego por los
cuerpos de seguridad. Tres personas murieron y al menos 26 han resultado heridas
al finalizar una serie de protestas en Caracas y otras ciudades
venezolanas.
En
ningún país verdaderamente democrático uno va a prisión o es asesinado por
pensar distinto o por querer manifestar su oposición a las políticas del
gobierno. Venezuela puede hacer todos los esfuerzos de oratoria que desee para
vender la idea de que es una verdadera democracia, pero con cada violación a los
derechos humanos que comete niega en la práctica esa afirmación, porque reprime
la crítica y la disidencia. Todo gobierno que respete los derechos humanos debe
respetar el derecho de su pueblo a manifestarse pacíficamente. El uso de la
violencia es inaceptable. Recordemos la advertencia de Gandhi: “ojo por ojo y
todo el mundo acabará ciego”.
Siempre
he luchado por la democracia y estoy convencido de que en una democracia, si uno
no tiene oposición debe crearla, no reprimirla y condenarla a un infierno de
persecución, que es lo que parece hacer el gobierno del Presidente Maduro.
Venezuela debe respetar los derechos humanos, sobre todo los derechos de sus
opositores, porque no tiene ningún mérito respetar sólo los derechos de sus
partidarios.
En
algún momento de su vida dijo Martin Luther King Jr. que “…los lugares más
calientes del infierno están reservados para aquellos que en un período de
crisis moral mantuvieron su neutralidad. Llega el momento en que el silencio se
convierte en traición”. Por ello estoy consciente de que al hacer estas
afirmaciones me expongo a todo tipo de críticas de parte del Gobierno
venezolano. Me acusarán de inmiscuirme en asuntos internos, de irrespetar su
soberanía y, casi con certeza, de ser un lacayo del imperio. Sin duda, soy un
lacayo del imperio: del imperio de la razón, de la cordura, de la compasión y de
la libertad. No voy a callarme cuando se vulneran los derechos humanos. No voy a
callarme cuando la sola existencia de un gobierno como el de Venezuela es una
afrenta a la democracia. No voy a callarme cuando se pone en jaque la vida de
seres humanos, por defender sus derechos ciudadanos. He vivido lo suficiente
para saber que no hay nada peor que tener miedo a decir la verdad.