Efecto Cocuyo.- Migdalia agarró aliento antes de comenzar. Tenía un
letrero en sus manos, escrito con marcador azul. Claire, la
sostenía por los hombros. Se habían hecho amigaspor una
desafortunada circunstancia. Frente a ellas había unas 70 personas viéndolas,
congregadas para escuchar su historia. Aunque la verdad, ellas
nunca tuvieron la intención de estar ahí, sobre una tarima en la avenida
Francisco de Miranda, en Caracas. Era 11 de Noviembre del
2017.
“Señora Angy Canelón,
yo le pido de rodillas… Saque a mi hijo de ese lugar. Se lo implora una madre”.
Migdalia se arrodilló ante todos, ante las cámaras, ante lajueza que
decidió cambiarles la vida para siempre. “No puedo más -dijo susurrando,
acurrucada en el piso- Ayúdenme por favor… que alguien me ayude”.
Tres personas intentaron levantar a
la señora Migdalia del suelo, pero se necesitaron cuatro para lograrlo. Ella no
podía mantenerse en pie; la tristeza no la dejaba.
Migdalia Rodríguez y Claire Marín son las
madres de dos de los Carlos, presos políticos venezolanos.
Hay 30 Carlos en todo el país.
Los dos Carlos comparten el nombre y
una celda en el comando de la GNB en Macarao. El
12 de Junio del 2017 se los llevaron presos.
Migdalia es mamá de Carlos
Pereira, a quien llaman El Escritor. Claire es la madre
de Carlos Julio Velasco.
El Escritor se
unió a las manifestaciones de 2017, no para protestar sino
para escribir. Por eso siempre tenía un cuaderno y un lápiz. “Él
escribió su primer libro en sexto grado. Se graduó siempre con
reconocimientos,” contó Migdalia, su mamá. “Nosotros somos una familia de muy pocos
recursos pero él siempre dijo que iba a estudiar para darme lo que yo
nunca tuve”.
Carlos Julio tiene 18, recién
cumplidos. Iba a las protestas a ayudar a los paramédicos; quería
prepararse para convertirse en rescatista. “Él veía a la gente que
salía herida de las protestas y quería ayudar”, contó
Claire, su mamá.
El día en que se llevaron a los
Carlos era lunes. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD)
convocó una marcha al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para
respaldar un recurso interpuesto por -la entonces única- fiscal general Luisa
Ortega Díaz, quien declaraba la nulidad de la Asamblea Nacional
Constituyente(ANC) que planeaba elegirse el 30 de julio.
Ese día, un grupo de jóvenes
incendió la sede de la Dirección Ejecutiva de la Magistratura (DEM),
en Chacao. Quienes lo hicieron, se cubrían la cara, mientras
gritaban “Y va a caer…”, y las llamas de fuego salían por la puerta del edificio.
Desde adentro, alguien
disparaba perdigonazos que cruzaban la calle y golpeaban
contra un kiosco. Entre fuego y detonaciones, llegó un contingente
de la GNB en moto. Rodearon a todo el mundo y lanzaban bombas
lacrimógenas.
El Escritor corrió y cayó al piso convulsionando. Fue
la primera de muchas crisis. Y así mismo se lo llevó la GNB, en
medio de un ataque de epilepsia.
A pocos metros, Carlos Julio se
quedó con un grupo de paramédicos, asistiendo a un hombre que se
había asfixiado. La GNB se llevó también a Carlos Julio y a
dos paramédicos. Hubo 18 arrestos arbitrarios ese día, acusados de incendiar
la sede de la DEM.
De esa manera se conocieron los dos
Carlos: cuando los esposaron juntos.
Y así pasaron, no uno, sino dos
días esposados con el otro, mientras sus familiares los buscaban
por toda Caracas.
“No nos querían decir dónde
estaban. Esos días fueron la peor angustia”, recordó Claire.
Estuvieron hasta la madrugada buscándolos de comando en
comando, sin poder dormir, pensando lo peor.
“No corrí, ya que no estaba involucrado en lo que sucedió”, escribió Carlos
Julio desde su celda, en el comando de la GNB de Macarao.
Después de 48 horas desaparecidos y
a través del Foro Penal Venezolano, lograron dar con su paradero.
“Ya habíamos estado ahí y nos habían dicho que no los tenían. Era como un
ensañamiento”, dijo Claire.
Cuando vieron a los Carlos por
primera vez, no habían comido ni bebido desde su detención. Estaban asustados;
no sabían dónde estaban.
Los mandaron al comando de la GNB
en Macarao. Ahí fue donde la amistad Migdalia y Claire se construyó, a
fuerza de necesidad. Son los únicos presos políticos en el
comando, los demás son presos comunes.
“Lo veo todos los días por esas
rejas y me dice ‘¿Mami, cuando voy a salir de aquí? ¡Ayúdame!’
Y yo quisiera metérmelo en un bolsillito y traérmelo pero, ¿Cómo hago?”,
dijo Migdalia, la mamá del Escritor.
El proceso judicial ha estado plagado
de vicios e irregularidades: Los pasaron de un tribunal
ordinario a un tribunal de terrorismo, sin tener delitos de
terrorismo. Ahí, la jueza Canelón imputó delitos, sobrepasando sus competencias.
En la última audiencia, Canelón
pidió a la Fiscalía modificar la acusación y a pesar de que
ya habían pasado los 45 días de investigación, se cambiaron los delitos por
otros más graves.
“No se puede acusar a alguien dos
veces por el mismo caso. Eso es ilegal. Violan el debido proceso,
el derecho a la defensa, a la inocencia, a la salud, a la vida…”
dijo la abogada del Foro Penal que representa a los
Carlos, Mariana Ortega. “La juez Angy Canelón comete delitos muy
graves, que violan pactos, convenios y tratados internacionales”.
Aún así, su juicio continua,
mientras ellos intentan subsistir en un lugar que corroe su salud con cada
minuto que pasa.
“No sé hasta cuando voy a seguir
aquí. No se si aguante,” expresó El Escritor en una carta.
“Ustedes todos van a ir directo
a Tocuyito,” dijo la juez, Angy Canelón, el día de la audiencia de
los 18 muchachos.
Eran, en su mayoría, menores de 25
años, estudiantes y disidentes. Suficiente para sellarles el
destino.
Al escuchar la noticia, la sala se
convirtió en caos: Carlos, el Escritor comenzó
a convulsionar. Su madre se arrodilló en llanto por primera vez, rogando
por su hijo.
El papá de Carlos Julio se
desmayó y uno de los muchachos tuvo un colapso nervioso,
en el que se lanzó contra la pared, gritando. “Cuando una persona cae presa,
cae también la familia. Nosotras también somos presas de Angy
Canelón”, dijo Migdalia. Detrás de cada caso hay una tragedia humana.
Los Carlos se han ido enfermando poco
a poco. El informe médico de Carlos Julio incluye varias afecciones: litiasis
Renal, hidrocele testicular, gonalgia, cólico nefrítico y depresión
severa.
En su informe concluyen que necesita
una operación con urgencia y su condición,
sin tratamiento, puede degenerar en una infección grave. Presenta cálculos
en los riñones y una lesión en la rodilla, que tenía antes de ser
detenido, ha empeorado por la posición que mantiene en la celda mínima en la
que vive ahora
“Tienes que ver el cuartito donde
duermen. Es una cosa así, chiquitica” – dijo Claire mientras unía los brazos
y apretaba el espacio.
Carlos Julio se graduó de bachiller en
detención. Sus padres le llevaron el título y la medalla a su celda.
Lo fotografiaron con una sonrisa en la cara, aunque le habían quitado toda la
felicidad al mérito. El diagnóstico de El Escritor, también
es complicado: nefroma quístico, hipertensión arterial nivel II,
orquiepididimitis probable, crisis de pánico recurrente y
depresión severa. “El paciente requiere con urgencia realizar estudios
complementarios”, concluye el informe médico.
Los tumores del Escritor fueron
detectados en exámenes médicos hechos en detención. No sabía que podía
estar sufriendo de un cáncer no diagnosticado.
Pereira intentó quitarse la vida en una ocasión, tras sufrir ataques de
pánico en la celda, que nadie sabía o podía tratar. Carlos Julio lo vió
cortándose una noche y le quitó el lápiz de la mano. “Han degradado mi humanidad”,
escribiría después, en una carta.
“Cuando yo vi a mi hijo así, en esa
celda, yo pensé que se me iba”, dijo Migdalia, con los ojos llenos de lágrimas.
-“Mami perdóname por
hacerte sufrir”, le dijo.
-“Tú has sido un buen hijo siempre”,
respondió su mamá.
-“Yo soy una persona libre,
Dios me hizo libre… Yo no sé estar aquí”, expresó el muchacho.
La mayoría de los padecimientos de
salud que hoy presentan la han desarrollado en esa celda, chiquita, en lo más
remoto de Macarao, en el municipio Libertadorde Distrito
Capital. A pesar de que han solicitado una medida humanitaria para
ambos, la jueza no se ha pronunciado.
Canelón sólo permite que se hagan
los exámenes en el Hospital Domingo Luciani. Pero allá no hay
reactivos o insumos y la máquina de Rayos X no funciona.
Entre la escasez de medicamentos, la decadencia de los servicios de
atención médica pública y la injusticia, a los Carlos se les niega el acceso
más básico a la salud. La jueza prohibió también que médicos
privados fueran a examinarlos, o que los exámenes necesarios fueran
realizados en laboratorios privados, donde sí hay reactivos.
“Me duele todo, cada parte de mi cuerpo,” dijo la mujer.
“Yo les quiero informar que hoy
no va a haber visita, por órdenes superiores”, dijo un oficial de la GNB a
las afueras del comando de Macarao.
Era Domingo, 12 de Noviembre. Los
Carlos cumplían cinco meses de su detención.
El comando es mínimo: no tiene más
de dos pisos, como una casita mediana. Afuera, en el patio, hay un parque
infantil, donde los niños del barrio juegan, mientras que sus mamás
recogen agua del chorro de un grifo en ese mismo inmueble,
porque en sus casas no hay.
Adentro, los Carlos esperaban por
la visita, aunque sabían que quizá se las negarían.
Era la cuarta vez que su abogado intentaba
visitarlos sin éxito. Les llevaba una mala noticia: la fiscal del caso había
cambiado los cargos, violentando su derecho al debido proceso. Los
nuevos cargos: “terrorismo” e “intento de homicidio agravado”.
Las condenas de ambos jóvenes sumarían hasta 60 años de prisión.
La acusación del Ministerio
Público (MP) parece más un libro de psicología que una imputación.
Una resma completa de papel. El abogado entró finalmente, llevándola debajo
del brazo. Antes de sentarse, el Escritor picó adelante:
“Estamos mal. Esto está que
explota en cualquier momento”, le dijo.
Días antes frustraron una fuga y
el castigo aplicaba para todos los reclusos. La situación en
el comando, que apenas cuenta con tres celdas, era delicada. En un
espacio tan pequeño, los problemas se comprimen, se amontonan y pagan todos.
El Escritor sostenía
un libro de bolsillo azul. El “Nuevo Testamento” de la Biblia. La
apretaba con fuerza y movía las piernas, nervioso. Sus pupilas vibraban.
Estaba desesperado, preocupado.
Los dos han perdido peso. En una
carta a su hermano, Pereira escribía que estaba pasando hambre.
“Cómo crees que me sentí cuando leí eso?”, dijo Migdalia. “A veces yo no
como para mandarle a él, pero algunos días no tenemos ni con qué
llenarle la arepita”.
Carlos Julio parecía sereno.
De brazos cruzados, escuchaba la noticia que el abogado venía a darles
mientras asentía con la cabeza, tratando de ignorar lagravedad de
los cargos, tratando de creer que algo tan injusto no podía
concretarse.
“No se asusten. Necesitamos que
estén tranquilos”, les dijo el abogado.
Les mostró fotos sobre aquel día,
hacía cinco meses, en el que un grupo de jóvenes incendió la sede de
la DEM.
“Ah, ¿eso es la DEM?”, preguntó
Carlos Julio, quien había escuchado el nombre centenares de veces, pero
todavía no sabía, si quiera, qué era eso.
La Fiscalía asegura
que ellos estaban en ese grupo, aunque ninguno de los dos haya
estado vestido como los que aparecen en las fotos.
Están acusados de homicidio
calificado en grado de frustración, aunque ese día nadie murió durante
esos eventos. Se les acusa de terrorismo, aunque alEscritor lo
agarraron con un lápiz y un papel y a Carlos Julio con una botella de
Maalox. Ninguno de los dos tenía máscara, capucha, nada.
Sus casos han sido reseñados
por Human Rights Watch como iconos de
las detenciones arbitrarias y violación al debido proceso.
Carlos Julio fue mencionado el lunes 13 de noviembre en la sesión informal de
las Naciones Unidas.
Hasta allá han llegado los llantos
de sus madres que esperan, con la vida congelada. No tienen ánimos
para peinarse, para arreglarse. Sólo salen de sus casas paradefender la
libertad de sus hijos.
“Me dicen que me quede tranquila
pero, ¿Cómo si mi muchacho está ahí adentro? ¿Cómo me quedo
tranquila? No puedo. Todo me duele, todo”, dijo Migdalia.
“Sólo Dios sabe por lo
que estamos pasando”, añadió mientras bajaba la mirada, como si no
consiguiera más palabras para explicar lo difícil de su situación.
Los Carlos esperan atención
médica. Tienen órdenes de hospitalización y operación
de urgencia. Sus madres van a donde pueden para denunciar y le explican a
todo aquel que quiere oírlas. Su llanto, después de cinco meses, terminó
viralizado en un video que hizo estremecer y llorar también a
todo quien lo vio. Porque en Venezuela se escuchan muchas cosas feas pero nada
se comparte más que el dolor de una mamá que pide por la vida de su
hijo, arrodillada frente a la injusticia.
Foto: Adriana Loureiro Fernández